Sentirse escuchado es de las cosas más importantes que una persona puede sentir. “Ayer le llevé mis ideas a mi jefe y me escuchó con atención”, dice José Miguel, un joven ejecutivo que muestra con esta frase que se sintió considerado, tomado en cuenta, valorado.
Como nos señala Rafael Echeverría (2006), escuchar es la habilidad más importante en las interacciones humanas, la que define la calidad de las relaciones que establecemos con los demás: “Mi equipo no me entiende, mi esposa no me escucha, mis hijos no me toman en cuenta”, son frases que muestran que el termómetro con el que medimos si nuestra relación con otro está bien o no comienza por cómo nos sentimos escuchados. Si no nos sentimos escuchados, creemos que toda la relación con otro está mal. Esta es la razón por la cual ser un buen escuchador es una competencia fundamental de las relaciones humanas.
Saber escucharse es también la base del aprendizaje en equipo, la capacidad de nutrirse, de aportarse mutuamente, de crear sinergia. Nos gusta escuchar a otro cuando piensa parecido, es fácil, cómodo, e incluso nos parece un aporte contar con un poco de diferencia. Pero el real desafío viene cuando hay que abrirse a lo distinto, ahí nos vemos enfrentados a esa apertura que nos cuesta, aceptar la diferencia como legítima, tener la humildad de reconocer que no lo hemos visto todo y que en esa diferencia probablemente hay un aporte valioso.
Saber escuchar es también una competencia fundamental de todo líder. En general hablamos para ser escuchados, es la razón por la cual vale la pena hablar, para llegar al otro con nuestro mensaje. Sin embargo, lograr que eso suceda no es tarea fácil, implica primero hacerse cargo que no basta con decir algo para que el otro lo entienda como queremos, que el otro es un mundo interpretativo diferente y que lograr que nos escuche es nuestra responsabilidad. No es efectivo decir “le he explicado tres veces y simplemente no lo entiende”, dado que ahí responsabilizamos al otro de la inefectividad de la comunicación, otorgándole también el poder del cambio.
Para ser escuchadores efectivos, necesitamos primero estar muy atentos al lenguaje que el otro utiliza, observar qué palabras elige para describir lo que ocurre, ya que son esas distinciones y no otras las que describen perfectamente lo que al otro le pasa.
No es lo mismo decir “esta situación es delicada” que “esta situación es frágil”. Utilizar las mismas palabras de nuestro interlocutor aumenta la probabilidad de realmente entender qué es lo que el otro nos quiere comunicar. Una técnica eficaz en este ámbito es chequear si lo que estamos entendiendo es efectivamente correcto, “entonces, lo que me quieres decir es...”. Luego hay que preguntarse qué es lo que inquieta a esta persona qué lo motiva a hablarme, qué es aquello que lo está preocupando que me está planteando este tema. En la mayoría de las situaciones un reclamo desagradable tiene una inquietud a la base que merece ser escuchada y es un aporte. Para avanzar en esto lo mejor es preguntar directamente: “¿Qué te preocupa? ¿Qué necesitas?”.
Saber escuchar es la plataforma donde se sostiene la riqueza de las relaciones personales y laborales. Te invito a preguntarte a quiénes te cuesta escuchar y qué necesitas desarrollar para que eso cambie.
Referencia: Echeverría, R. (2006). Actos del
Lenguaje Volumen I: La Escucha. Lom Ediciones,
Santiago, Chile.
|